Mi mejor amigo es un tanto peculiar. Es una persona seria y curiosa. Adjetivos como responsable, dedicado y confiable van en su temperamento. No tiene tatuajes, ni perforaciones. Es el chico bueno de las películas. Un raro espécimen de caballerosidad. Le gusta ondearse con reflexiones. Sabe escuchar y disfrutar silencios. Mantiene los pies en la tierra con un realismo que me llega a bajar de las nubes. Tolera y respeta. No suele equivocarse, no porque lo sepa todo, sino que le da vuelta a las cosas. Su sentido del humor es irónico y bizarro. Piensa mucho –a veces demasiado- las decisiones. Le gusta lo planeado.
No bebe, ni fuma. Todos los días toma píldoras de sencillez, porque he de mencionar, que en su lado oscuro se esconde una vanidad y egocentrismo que apenas él reconoce. Reservado y observador. Es complejo a la hora de analizar y puede ser molesto algunas explicaciones científicas (más si éstas son basadas en tu persona). Le gustan los deportes y el arte a la par. Es inteligente y consta de una amplia sabiduría coloquial, supongo que los camiones, el trabajo y la familia son parte de sus libros cotidianos.
Mi mejor amigo es sentimental y romántico. Ama muchas cosas. No le gusta gastar los “te quiero” ni los abrazos. Es profundo. Obsesivo. Puntual. Terco. Competitivo. Puede hacer de todo –aunque sea mal- y lo termina. Busca cosas nuevas y muchas veces, se queda con las mismas. Para él, los detalles son realmente significativos.
Dice datos curiosos en momentos raros y tiene complejo de papá. Cuando esperas un “wuw”, te sale con un “Peeero, ten cuidado que…” bla bla bla. Le gusta el pollo, aunque no tiene mucho que ver. Negro y rojo son sus colores.
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